Cuando le vi reconocí enseguida a ese extraño caminante que recorría siempre las mismas calles de mi ciudad, tal vez con la esperanza de que un día sus pasos le llevaran algún lugar desconocido y bello, pero sin atreverse nunca a cambiar de ruta.
Era un hombre de unos 40 años con una indumentaria tan común y poco llamativa que se podría considerar un camuflaje perfecto. En su forma de andar, pausada y con la mirada perdida, intentaba yo adivinar cual era la razón que le animaba, que le estimulaba a vivir. Tarea dificil, pues no sabía muchas más cosas más de él.
Entró en el bar en donde yo tomaba en ese momento una fresca cerveza para aliviar el calor de aquella tarde de verano implacable, que nos castigaba como si hubiéramos cometido algún pecado que sólo con una severa penitencia se nos podría perdonar. Observé detenidamente al caminate intentando que no se diera cuenta. No era la primera vez que mi imaginación se entretenía en la búsqueda de los más mínimos detalles que me ayudaran a componer su personalidad. Llevaba yo en esta tarea más de veinte años y, la verdad, no había conseguido grandes progresos.
Se acercó a la barra del bar y, sin mirar a los clientes que allí estábamos, pidió una cerveza al camarero, en voz baja como no queriendo interferir en nuestras vidas. Mientras bebía daba la impresión de que quedaba inmerso en sus pensamientos porque su mirada apenas se fijaba en nada concreto, sólo de vez en cuando parecía distraerse siguiendo el ir y venir del camarero para llenar una copa vino, una jarra de cerveza o echar hielo en un vaso. Eso sí, alguna vez levantaba la vista y, es curioso, me miraba fijamente, sólo unos segundos, porque rápidamente volvía de nuevo a sus pensamientos ocultos e indescifrables.
No llevaba mucho tiempo viniendo a este local, de hecho en ningún sitio fue un cliente fijo, solía frecuentar el bar durante un tiempo y luego, sin que mediara motivo aparente, elegía otro sitio donde tomar su cerveza diaria. Habíamos coincidido en casi todos los lugares sin que yo hiciera por verlo. He llegado incluso a pensar que pudiera ser un detective en busca de pruebas para inculparme en algún delito de los muchos que cometí en mi vida, pues siempre he sido un gran cómplice de las injusticias; en mi vida defendí a nadie, siempre miré hacia otro lado o me busqué una buena excusa para no actuar.
Nunca le vi acompañado, siempre llegaba, tomaba su cerveza en silencio y salía del bar después de abonar su consumición. Es más, estaría dispuesto a asegurar que no le agradaba la compañía, porque cuando en alguna ocasión el camarero o algún otro cliente se dirijía a él para hacerle algún comentario, solía sonreir, contestar con algún monosílabo y, como impulsado por un resorte, terminar rápidamente su cerveza para escapar de allí. Este comportamiento explicaba perfectamente su costumbre de cambiar de bar; he podido comprobar que esto se producía principalmente cuando otros clientes o el camarero, al verlo con mucha frecuencia, trataban de conversar con él.
Yo nunca intenté hablarle, tal vez por mi forma de ser no sabría qué decirle y me sentiría incómodo. Él tampoco se dirigió nunca a mi, lo cual es bastante lógico pues no me conoce más que de vista.
Hoy estábamos terminando las respectivas cervezas y esperé a que él fuera el primero en pagar y marcharse como todos los días. Yo, al cabo de unos minutos, me dispuse a hacer lo mismo, pero al ir a sacar el dinero, escuché la voz del camarero diciéndome:
– No se moleste, caballero, esta segunda cerveza es invitación de la casa.
Fue tan inesperado que me quedé callado sin responderle. Cuando pude razonar empecé a descifrar el contenido de aquella frase. Parecía normal que alguna vez se le ocurriera al camarero invitarme a alguna consumición, pues llevaba unos tres meses fiel a ese bar. Parecía también normal que me llamase caballero, nunca lo he puesto en duda, aunque no me suene bien esa denominación. Lo que me extrañó realmente es eso de «la segunda cerveza», hubiera jurado que sólo había tomado una y además no recordaba haberla pagado si huebiera habido una primera..
Inmerso en mis pensamientos salí del bar y caminé de regreso a casa por las mismas calles de siempre, esas calles de mi vida que siempre me llevan al mismo sitio. Mientras caminaba dí con la solución: el camarero me había confundido con el caminante solitario. Decidí no volver más a ese bar, buscaría otro.
Hello! It appears as though we both have a interest for
the same thing. Your blog, «La segunda cerveza | MI FOBIA SOCIAL» and
mine are very similar. Have you ever thought of authoring a guest post for a similar website?
It will certainly help gain publicity to your website (my site recieves
a lot of traffic). If you might be interested, e-mail me
at: petermarchand@gmail.com. Thanks for your time
Me gustaMe gusta
Me ha gustado mucho. da que pensar.
Me gustaMe gusta
vaya.. fue emocionante el desarrollo pero no he entendido el final. ¿qué quiere decir? ¿dónde está la moraleja?
Me gustaMe gusta