Imagina que cada vez que sales a la calle y te cruzas con alguien sientes que esa persona te observa, te juzga e incluso te odia. Una sensación de terror que te hace sudar y comenzar a temblar. Así es como se sienten muchas personas que padecen fobia social, un trastorno de ansiedad ante situaciones que implican relacionarse con otras personas.
Teresa Ventín (A Estrada, 1996) siempre fue una niña tímida, pero eso nunca despertó sospechas en su entorno, hasta que con 16 años cayó en depresión. «Una profesora se dio cuenta de que no estaba bien y avisó a mis padres, me llevaron al psicólogo y me diagnosticaron depresión. Mejoré y me dieron el alta, pero después tuve anorexia y trastorno por atracón. La causa era que el problema seguía ahí, era fobia social y no lo había solucionado», recuerda Teresa. Ante esa incapacidad de relacionarse con gente, su psicólogo le ponía tareas como intentar hablar todos los días con alguien, aunque solo fuera un saludo. «La fobia social es muy limitante. A mí me costaba hacer cualquier cosa fuera de casa porque eso implicaba relacionarme con personas: ir a la farmacia, al gimnasio, a la biblioteca, quedar con alguien… Me daba mucha ansiedad», cuenta.

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