Carta de un grillo a los humanos


ADVERTENCIA: este relato está basado hechos reales tomados de la vida de los grillos, si bien los nombres y circunstancias han sido modificados para salvaguardar el derecho a la intimidad de los insectos.

Hola, amigos humanos:

Empezaré por deciros que soy un verdadero grillo, bueno para ser más exacto un macho de Gryllus campestris. Me llamo Pepe, aunque me podéis llamar Pepito. Yo tuve una etapa de mi vida en que mi autoestima era muy baja y podríamos decir que padecía algo parecido a lo que los humanos llaman fobia social.

Nací, hace apenas unos meses, de un huevo abandonado. Nunca conocí a mis padres, algo por otra parte normal en mi especie. Durante mi crecimiento me dediqué a sobrevivir en un mundo lleno de amenazas. Puedo asegurar que tuve suerte y huí de todos los depredadores que trataban de aniquilarme para alimentar su vanidad y al mismo tiempo llenar su tubo digestivo. Supongo que muchos hermanos míos cayeron en el camino. Es una primera razón para sentirse afortunado.

A pesar de tales amenazas, siempre tuve tiempo de disfrutar del hábitat que la generosa naturaleza me brindaba. Las plantas no solo eran mi única fuente de alimento, sino también un bello paisaje del que gozar.

En mi etapa infantil yo era un grillo tímido pero feliz. Durante la adolescencia, en mi fase de ninfa, mis alas poco a poco fueron creciendo y sentía próximo el momento de mi madurez. Soñaba con volar y ser un adulto guapo y atractivo para las hembras. Por fin un día mi cuerpo se desarrolló plenamente. Mis cuatro alas eran magníficas, podía desplegarlas y desplazarme por el aire hasta llegar a lugares que no había conocido hasta entonces.

En el mismo momento en que mi cuerpo completó su desarrollo, empecé a sentir algo nuevo, la necesidad de tener relaciones sexuales. Para nosotros los grillos el sexo es algo totalmente relacionado con la función reproductora. Sin embargo, no quiero que penséis que no disfrutamos del sexo, al contrario, es casi el único placer que tenemos y por eso le dedicamos casi todo el tiempo de nuestra vida adulta.

Yo había visto de pequeño a algunos grillos macho utilizar sus propias alas para rozarlas con suma delicadeza y emitir una bella música que entusiasmaba a las hembras de los alrededores, que acudían intrigadas y excitadas por la dulce melodía.

Por eso, después de mi primer vuelo, decidí probar. Intenté una y otra vez rozar mis alas, pero algo no funcionaba. Por mucho que las moviera no era capaz de emitir música alguna, tan sólo escuchaba un ligero sonido que no alcanzaba más allá de mis propios tímpanos de mis patas anteriores.

Así fue como me di cuenta de que yo no era como la mayoría de los grillos machos a los que admiraba. Mis relaciones sexuales no iban a ser fáciles y empecé a deprimirme pensando que ninguna hembra se acercaría nunca a un pobre grillo incapaz de ofrecer su canto a una bella dama.

Debo reconocer que durante un tiempo pasé una fuerte depresión considerándome un grillo desgraciado y preguntándole al mundo por el sentido de mi vida. Pero dicen los viejos grillos del lugar que la naturaleza es sabia y a cada cual le otorga unas cualidades que bien desarrolladas le puede conducir a una vida satisfactoria.

Me puse a pensar, pues los grillos también tenemos cerebro, aunque por supuesto mucho menos complejo que el de vosotros los humanos (lo cual no sé si es mejor o peor), y por fin encontré la solución.

Un atardecer fui a un lugar por donde solían pasar grillos machos a los que conocía y sabía que eran buenos cantores, pues los había escuchado noche tras noche mientras me lamentaba en mi refugio por mi desgraciada vida. Los grillos tenemos unos ojos compuestos bien desarrollados y buena memoria así que no se nos olvida ninguna cara.

Pasó uno muy famoso, se llamaba Juan Grillo, aunque todos lo conocíamos como Don Juan. Todas las hembras soñaban con oir algún día su bello canto para acercarse a él y poder gozar, no sólo con su música sino también con su amor (tengo que decir que el concepto de amor de los grillos es bastante más prosaico que el de algunos humanos).

Cuando lo vi, le llamé y pregunté que a donde iba, si se podía saber. Me miró de forma despectiva y me contestó que se dirigía a una lugar cercano para ejecutar su canto por lo que en poco tiempo estaría gozando de la compañía de una bella hembra.

La verdad es que este grillo era algo engreído, se creía el más guapo y listo en muchos kilómetros a la redonda. Pero a mí me podía servir de maravilla para mis propósitos.

Le dije que si me permitía acompañarle, que yo era inexperto y quería aprender su música. Me dedicó una sonrisa llena de vanidad y consintió que fuera con él, advirtiéndome que su cualidades musicales eran un don natural y que por mucho que quisiera imitarle jamás  conseguiría igualarle.

Volamos juntos hasta el lugar y nos detuvimos en una pequeña piedra. Se acicaló las sedas de su cuerpo, preparó sus alas y comenzó el dulce reclamo sexual.

Yo me quedé un poco separado de él. Pude contemplar como Juan cantaba y cantaba sin descanso, y hasta creí interpretar en su mirada un cierto grado de excitación, tanto que parecía estar ensimismado sin reparar mucho a su alrededor. Yo también estaba excitado porque pronto mi objetivo iba a cumplirse.

Al cabo de unos minutos vi llegar desde lo lejos a una hermosa hembra, andaba en dirección al macho cantor parandose de vez en cuando para deleitarse con la música. Pronto estuvo cerca, a unos metros de nosotros. Era ciertamente hermosa. Sus ojos compuestos tenían un brillo especial, sus patas eran esbeltas, su ovipositor terso y brillante, hasta sus espiráculos respiratorios eran bellos.

No lo pensé ni un instante, mientras mi compañero seguía frotando sus alas en espera de que acudiera irremisiblemente la bella hembra, yo di un salto con mis patas posteriores y me coloqué entre ella y el cantor.

Pude apreciar la gran excitación que le producía a ella el canto de mi compañero, tanto que aproveché ese aturdimiento para caminar hacia ella y acariciarle suavemente con mis antenas. Todo fue muy fácil. Ella estaba receptiva y disfrutamos del amor a la luz de la luna, mientras escuchábamos la dulce melodía del grillo cantor.

Esa fue mi primera relación sexual y a ella han seguido otras utilizando siempre la misma estrategia. Estoy seguro que entre mi descendencia habrá siempre un grupo de machos que no puedan cantar, pero podrán usar esta otra estrategia para tener un vida plena.

Siempre existirán los grillos cantores, pero tened en cuenta que los que no cantamos, también sobreviviremos porque tenemos algunas cualidades excepcionales: sabemos sufrir, esperar y aprovechar nuestra oportunidad.

Gracias por leer esta historia, la de un simple grillo que ni siquiera sabe cantar.

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Una respuesta a Carta de un grillo a los humanos

  1. cristina bra dijo:

    gracias por la oporunidad a traves de este medio felicitar a DON JUAN GRILLO POR EASTA CARTA QUE LE HIZO MUY BIEN A MI ALMA.SENTI EN LA MITAD DEL RELATO TAL COMUNICACION QUE ME OLVIDE QUE SE TRATABA DE UN CONGENERE MIO QUE SE HACIA PASAR`POR UN GRILLO MUY BUENO!!!!

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