Hace unas semanas, España vivió un gran apagón que dejó a millones de personas sin electricidad durante muchas horas. Aunque fue un evento puntual, tuvo un impacto psicológico significativo para muchos. Y si tienes ansiedad social, como muchas de las personas que leen este blog, probablemente viviste ese corte con una mezcla de nerviosismo, desconcierto… y quizá también sorpresa por algunas reacciones internas.
Hoy quiero proponerte una mirada distinta: ¿y si ese apagón —molesto, sí— también nos dejó alguna enseñanza valiosa?
1. No tenemos el control de todo (y eso está bien)
Uno de los mayores retos cuando se vive con ansiedad social es la necesidad de control. Pensamos que, si lo tenemos todo previsto, evitaremos pasarlo mal. Pero el apagón vino sin aviso, sin tiempo para preparar nada, y nos mostró una realidad incómoda: la vida no siempre avisa.
Curiosamente, para algunas personas fue liberador. Sin internet, sin notificaciones, sin la presión de estar disponibles, el mundo se volvió más lento. Y en ese silencio forzado, algunas personas sintieron por primera vez en mucho tiempo que no pasaba nada si no podían responder, si no estaban conectadas, si simplemente estaban en calma.
2. El miedo no siempre tiene razón
Muchas personas con ansiedad social temen hacer el ridículo o no saber cómo actuar en público. ¿Y qué pasó durante el apagón? Que nadie sabía exactamente qué hacer. Todos estábamos en el mismo barco: buscando linternas, bajando escaleras a oscuras, preguntando a vecinos si sabían algo.
Esa sensación de igualdad —de “todos estamos improvisando”— puede ser muy sanadora. Nos recuerda que no somos los únicos que sentimos inseguridad o confusión, y que está bien no tener todas las respuestas.
3. Redescubrir la cercanía humana
En algunas comunidades, el apagón trajo algo que parecía olvidado: la vecindad. Gente que no se saludaba empezó a hablar. Familias se sentaron a conversar sin pantallas de por medio. Hubo quien se ofreció a ayudar a personas mayores o solas.
Para quienes vivimos con ansiedad social, este tipo de conexión humana puede dar miedo, pero también tiene un poder transformador. Porque no siempre es necesario decir mucho para sentirse acompañado, y porque muchas veces el entorno no es tan hostil como imaginamos.
4. La importancia de la preparación emocional
No se trata de vivir con miedo a que pase algo malo, pero sí de aprender a sentirnos más seguros en nosotros mismos. ¿Qué podemos hacer ante situaciones imprevistas como un apagón?
- Tener un pequeño kit de emergencia en casa (pilas, transistor, linterna, hornillo de gas, agua).
- Respirar profundo antes de reaccionar.
- Recordar que esto también pasará.
Prepararse no es obsesionarse. Es cultivar una calma interior que nos permita adaptarnos sin caer en el pánico.
5. La tecnología no siempre nos calma (aunque lo parezca)
El apagón fue también una desconexión forzada del móvil, de las redes, de los grupos de WhatsApp. Para muchas personas, ese silencio fue incómodo… pero revelador.
¿Y si desconectarse un rato no es tan malo? ¿Y si en vez de asustarnos, podemos aprovechar esos momentos para mirar adentro, escribir, respirar, o simplemente no hacer nada?
En resumen;
El gran apagón fue breve, pero nos mostró cosas profundas: nuestra vulnerabilidad, nuestra necesidad de conexión real, y el valor de la adaptación emocional. Para quienes vivimos con ansiedad social, puede ser una oportunidad para preguntarnos:
- ¿Cómo reaccioné?
- ¿Qué descubrí de mí?
- ¿Qué me gustaría fortalecer para la próxima vez que la vida me desconecte?
A veces, lo que parece un corte en la rutina puede ser también una puerta hacia una versión más tranquila, auténtica y resiliente de nosotros mismos.
¿Y tú? ¿Cómo viviste el apagón? ¿Te dejó alguna enseñanza? Te leo en los comentarios.






